Según el recuento efectuado por J. González y González en 1951, en la Sevilla medieval hubo veintiún edificios de baños, sumando los diecinueve que citan los documentos cristianos a los dos que mencionan los textos musulmanes, a los que R. Valencia Rodríguez sumó otro más. Aunque alguno de ellos estuvo en uso hasta 1762, se sabe poco de ellos, a veces siquiera donde estuvieron. En la actualidad se conservan restos materiales de tres, entre ellos éste de la calle Mesón del Moro, medianero a la muralla de la Judería histórica y el más menguado de los tres.
De todos ellos el ḥammām más conocido debió ser el que menciona Al-Ḥimyarī, autor del siglo XV que compiló numerosos y heterogéneos datos de época andalusí, pues dice «Sevilla es una ciudad grande y poblada. Está provista de sólidas murallas y tiendas frecuentadas. Su población es numerosa; sus habitantes viven holgadamente. Su principal comercio es el aceite, que se exporta a Oriente o al Magreb, […] Este aceite proviene de Ajarafe, región que […] cuenta con ocho mil aldeas prósperas, baños y hermosas casas». Una de estas poblaciones era la antigua Itálica que contaba con:
«ruinas y curiosidades sorprendentes, como una estatua de mujer en mármol blanco, de tamaño natural y de una belleza inaudita. Su cara era encantadora y todos sus miembros estaban representados a la perfección y con todo lo que se puede apreciar en la estética femenina. Sobre sus rodillas, tenía abrazado un niñito. De sus pies salía una serpiente, que se levantaba como si quisiera morder al niño. La mujer miraba a la vez a la serpiente erguida y el niño reclinado en sus rodillas, y su cara tenía una doble expresión de ternura y espanto. Se podía pasar un día entero mirándola sin experimentar el menor aburrimiento, tan artísticamente estaba esculpida y con un trabajo tan admirable. Esta estatua está hoy colocada en una de las termas de Sevilla.».
No tenemos ni idea donde pudo estar el ḥammām as-Šaṭṭāra donde colocaron la estatua italicense de Isis con Orus en los brazos, según la identificación de Blanco Freijeiro, tal vez en el baño que, desde 1978 es un restaurante, pero también pudo ser otro. Desde 1491 consta que el edificio albergaba un mesón, en el que estaban obligados a alojarse los moriscos transeúntes; un apeo de la catedral de 1502 menciona que
«Tiene la dicha fabrica otras casas en el barrio de la Xamardala en la calle que atraviesa de las tendillas a barrio nuevo las cuales cahen a las espaldas del mezon de los moros/ o casas de Niculas Cabero que han por linderos de la una parte casas de los señores dean y cabildo y de la otra parte casas de Andres de Cordoba con la barrera de Abenaho».
Lo que se conservan son dos espacios abovedados, levemente desviados de los muros que constituyen los ámbitos de acceso, aunque paralelos a la medianera oeste de la finca; estos dos ámbitos permiten entender que el edificio, si era un ḥammām de desarrollo recto, se desplegaba aproximadamente en paralelo con la fachada del restaurante actual, cuyos comedores están ubicados a bastante profundidad respecto a la entrada general del local, casi 1,50 m, dato que no es raro en el casco histórico de la ciudad.
Todo lo que vemos es de fábrica de ladrillo muy restaurada, sin datos de la existencia de conductos alojados en ella, ni hidráulicos ni chimeneas. Consta que la obra de rehabilitación, con proyecto de F. Medina Benjumea, fue dirigida por R. Queiro Filgueira, bajo la tutela de R. Manzano Martos, concluyendo los trabajos en 1975. De hecho, la primera publicación que refleja la existencia del baño data de 1976 con fotos de la obra ya concluida y una planta con los grafismos típicos de los colaboradores del estudio de Manzano Martos, como anómalas ilustraciones de un libro en el que gran parte del material incluido se había ido recopilando a comienzos de los años cincuenta.
La sala mejor conservada es un rectángulo con alhanías en los lados, que se cubre con bóveda de cañón, con doce lumbreras cenitales de forma estrellada en la parte central, cinco en la alhanía del fondo y cuatro en la de la entrada, pues a este espacio se accede así atravesando dos crujías desde la calle; las estrellas son de seis o de ocho puntas. En el muro del lado este existe la huella de un hueco centrado, en forma de arco de medio punto, que comunicaría con un espacio situado en la actualidad bajo el edificio adyacente, que data de 1916, el del número 26 calle Mateos Gago, de A. González Álvarez-Osorio.
Los arcos de las alhanías aparecen sostenidos por fustes, sin capiteles ni basas, pero con unos grandes cimacios de piedra, sin nacela; son los arcos de ladrillo, con traza de herradura, y roscas enjarjadas. Un arco rebajado moderno, bajo una bóveda apuntada sin lumbreras, da paso por el lado de levante desde la sala de las alhanías a un espacio moderno de notable altura, quizás lo que resta del patio del mesón, al que abren dos hornacinas con arcos de medio punto de poca potencia. Cada una de ellas está ocupada por una pileta, y se cubre con una bóveda de aristas, con dos lumbreras circulares en los paños norte y sur. Conviene recalcar esta anomalía, pues la disposición normal es que las piletas sean accesibles desde las alhanías y no, como sucede en la actualidad, desde el espacio del probable horno.
La disposición parece corresponder al extremo técnico de un baño, es decir la parte de la caldera y la alimentación de fuego, que debieran estar en lo que hemos interpretado como patio; por lo tanto, la sala mayor, la templada, debía estar hacia el norte, comunicando con la sala caliente, que es la que se conserva; quiere decir que la zona acceso público, con el vestíbulo, el vestuario y la sala fría, se producía desde la actual calle Mateos Gago, a la que abre, otro de los baños documentados. No obstante, si el esquema de circulación de los usuarios era quebrado, el acceso pudo ser por la calle Mesón del Moro, o la mencionada «barrera de Abenaho», que no sabemos en qué parte de la manzana antigua estaba.
Alfonso Jiménez