La puerta de Córdoba es la única de las puertas de estructura compleja que se conserva del recinto amurallado de Sevilla. El hecho de haber sobrevivido al proceso de derribo que se produjo a finales del siglo XIX y que provocó la desaparición de todo el resto de los accesos medievales a la ciudad, se debe a uno de esas creencias sin ninguna base histórica, y en este caso totalmente insostenible, pero que han gozado de fuerte arraigo popular. La creencia de que la estructura de esta puerta correspondía a la prisión en que estuvo encerrado San Hermenegildo antes de su martirio salvó sin duda a esta obra militar de su destrucción, al quedar unida a la iglesia consagrada a este santo.
Esta puerta está situada en la parte noreste del recinto y daba acceso al camino que se dirigía hacia Córdoba siguiendo el valle del Guadalquivir. El volumen de su construcción tiene el aspecto de una gran torre con mayor longitud en su frente (12,30 m) que en sus flancos (6,60 m) en uno de los cuales, el oriental, se abre el arco de acceso desde el exterior de la ciudad. En el lado opuesto, que da al oeste, se aprecia con claridad la existencia de almenas que quedaron macizadas al sobre elevarse la torre. Un proceso que se repite a lo largo de casi todo el recorrido de las murallas y que marca con claridad una fase más antigua que se atribuye a los almorávides, y un recrecimiento posterior realizado en época almohade. En este frente, bastante degradado y que no ha sufrido restauración, se aprecia con claridad la técnica constructiva usada con tapia de hormigón de tierra y cal.
La puerta responde al tipo más simple entre los modelos de estructuras complejas de acceso a una ciudad. En el interior de la construcción hay un espacio descubierto, a modo de patio, de 6,50 por 3,70 m al que se accede por dos puertas, una que daba al exterior de la ciudad y otra que comunicaba con el interior. Ambas puertas disponen de hojas de cierre que se accionan y aseguran desde el interior del edificio de modo que este se convierte en una pequeña fortificación autónoma capaz de resistir ataques por sí sola, lo mismo provenientes del exterior de la ciudad como del interior de esta. Esta suele ser una característica de las puertas medievales musulmanas, sobre todo a partir del siglo XII, que las distingue de las fortificaciones cristianas.
Ambos accesos están dispuestos de modo que el recorrido que hay que seguir forma un recodo, que en realidad es doble pues la puerta exterior está colocada de forma que quien viene de lejos se ve obligado al llegar a la muralla a girar a la derecha para embocar la puerta exterior, luego a circular por el patio y a girar de nuevo a la izquierda para enfilar la puerta interior que da paso a la ciudad. Es fácil de entender que al pasar por el patio un asaltante resultaba expuesto a los ataques de los defensores situados en la terraza.
En excavaciones realizadas en el entorno de la puerta en 2007 y que hasta ahora na han sido publicadas, se pusieron a la luz una serie de restos que denotaban la existencia de una barbacana o estructura de antepuerta que debía conformar un sistema de acceso con varios recodos adicionales y que enlazaría con la antemuralla construida a lo largo de casi todo el perímetro de la defensa urbana. Parte de la huella de estas estructuras ha quedado representada en la actual pavimentación.
Las dos puertas, tanto la exterior como la interior, son de forma y dimensiones similares. Están formadas por un doble arco que deja un espacio intermedio cubierto por bóveda de cañón. Las jambas de ambos arcos dejan un retalle en el muro en el que quedan empotradas y enrasadas las hojas de carpintería cuando están abiertas. El arco exterior perdió gran parte de los sillares que lo conformaban y actualmente es en buena parte de hormigón. La puerta que daba hacia la medina se conserva en bastante mejor estado. Está formada por un arco de perfil circular de herradura con las juntas del dovelaje convergiendo a un punto situado en la línea de impostas. Un sencillo alfiz formado por un cambio de plano enmarca el arco dejándolo rehundido unos centímetros respecto al resto de la fachada. Por el exterior, quitando los arcos y sus jambas y albanegas, el resto de los alzados de la puerta estaban construidos con tapia de hormigón de cal. Hoy presentan numerosas reparaciones hechas con ladrillo, hormigón y mortero. El patio interior es en sus zonas bajas, mayoritariamente de ladrillo. En su lado norte, que corresponde a la dimensión más larga de la torre, presenta tres arcos que forman hornacinas de 1,65 m de ancho por 1,40 m de profundidad, que servían para dar cobijo a la guardia a la vez que reforzaban el muro más expuesto a los ataques externos. En el lado oeste del patio hay otros dos arcos. El meridional da paso a la escalera de subida al adarve mientras que por el otro se accede a unos cubículos ubicados debajo de ésta. Actualmente una puerta moderna da paso al área de la antigua liza o espacio que discurría entre la muralla y la antemuralla, que actualmente en esta zona está prácticamente enterrada.
La escalera, que inicia su subida en dirección oeste, tiene el principio de su recorrido a la intemperie, dentro del patio. Luego tras introducirse por el arco mencionado gira a la derecha hasta alcanzar un piso alto que en sus orígenes fue la terraza de la construcción almorávide. Al recrecerse la altura de la fortificación, se dispuso un pequeño corredor sobre los nichos antes descritos del lado norte del patio, mientras la escalera se continuó después de un giro de 180° que discurre bajo una serie de pequeñas bóvedas de arista, para girar de nuevo hacia el oeste y salir a la terraza del nivel almohade. La terraza está constituida por un adarve que gira en torno al hueco del patio, permitiendo a los defensores actuar tanto contra los atacantes del exterior como contra posibles enemigos que hubieran podido franquear la primera puerta e introducirse en el interior de la fortificación.
Antonio Almagro