La construcción de la mezquita Kutubīyya de Marrakech fue iniciada por el califa almohade cAbd al-Mu’min en el año 1158, quizás coincidiendo con el traslado del mushaf (Corán) de Otman desde la mezquita de Córdoba a Marraketch. Este primer edificio se levantó adosado y paralelo al Qaṣr al-Ḥaŷar, la fortaleza y residencia regia construida por los almorávides en el interior de la ciudad. Las obras debieron realizarse de forma expeditiva y con materiales de fácil obtención en la localidad, tapia en los muros y ladrillo en pilares y arcos, concluyéndose en menos de un año. Posiblemente en sus inicios debió contar con una decoración muy elemental o quizás ninguna. Esta mezquita poseyó un alminar para cuya construcción se regruesó y sobreelevó una de las torres de ángulo del castillo almorávide. A través de la base de la nueva torre pasaba una calle que discurría por el lado oriental de la alcazaba y de la mezquita.
Los muros perimetrales del edifico almohade, al menos en su construcción primigenia, eran de tapia casi por completo, y al aprovechar el muro de la fortaleza, permitió seguramente que se hiciera todo de forma velocísima.
El espacio de esta primera mezquita es posible imaginarlo gracias a lo que se parecen sus rastros a las disposiciones completas de su posterior ampliación. Su planta contaba con una nave transversal paralela al muro de la alquibla y diecisiete perpendiculares a ésta, definidas por hileras de arcos de herradura apuntada, enmarcados por un sencillo alfiz. La sala de oración tenía seis tramos de arcos y las prolongaciones de las cuatro naves extremas, que conforman el patio, otros cuatro. La nave axial presenta una anchura bastante mayor que el resto y las dos que la flanquean son solo ligeramente más anchas que las demás. Esto confiere al edificio la típica disposición en “T”, bien marcada por la nave axial y la contigua al muro de alquibla, pues resultan de anchura similar. Cinco espacios distribuidos a lo largo de esta nave funcionaban a modo de linternas, seguramente cubiertas con cúpulas de mocárabes, cuya existencia viene probada por la ausencia bajo ellas de arcos de comunicación con la ampliación. El patio ocupaba el centro de la zona septentrional de la mezquita, correspondiendo a nueve naves y cuatro tramos de arcos; al quedar adosado al Qaṣr al-Ḥaŷar carecía de pórtico en ese lado.
Centrado en el patio existe un aljibe con dos naves abovedadas, articuladas en cuatro tramos. En la maqṣūra, dispuesta en los tres tramos centrales de la nave de la alquibla, se conservan los restos de lo que se ha interpretado como la infraestructura de un cierre retráctil descrito por los cronistas. La fachada oriental presentaba estribos enlazados por medio de arcos, formando una fachada porticada.
Al poco tiempo el tamaño del edificio debió resultar insuficiente y el mismo cAbd al-Mu’min acometió su ampliación antes de 1163, siguiendo un proceso similar al de muchas otras mezquitas en todo el mundo islámico, desde Bagdad a Córdoba: se perforó el muro de la alquibla mediante una serie de arcos y se repitió el mismo esquema del edificio primitivo girándolo ligeramente con el fin de adecuar mejor la orientación de su alquibla. La ampliación comportó la construcción de un nuevo alminar y seguramente la decoración uniforme de todo el conjunto, obras que continuaron bajo el califato de los sucesores de cAbd al-Mu’min, Abū Yacqūb Yūsuf y Abū Yūsuf Yacqūb al-Manṣūr (r.1184-1199) y ya estarían concluidas al comenzar el siglo XIII.
Los muros perimetrales originales de este nuevo edificio parece que son también de tapia con revestimientos, quizás posteriores, de piedra y ladrillo. Las embocaduras de las puertas y las jambas de huecos son de ladrillo enlucido. Interiormente el edificio presenta una organización similar a lo descrito para la primera fase. Lo más sistemático de la mezquita son sus pilares, que presentan tres modelos básicos: los rectangulares, que son mayoría, los que tienen planta en “T” y los cruciformes, que llevan dos, tres o cinco semicolumnas, respectivamente, en los lados más cortos. Los arcos, que también son sistemáticos, pertenecen a dos tipos principales, los de lambrequines, y los de herradura túmida dentro de los cuales existe la variante de los lobulados con idéntica directriz.
Aunque algunos techos nacen directamente de las paredes respectivas, casi todos lo hacen de impostas o cornisas horizontales. Los módulos de la nave de la alquibla, abovedados o no, muestran en vez de cornisas unos importantes frisos de yeso, similares en ubicación, altura y diseño. Los techos de madera de todas las naves responden a los principios de la carpintería de armar española. El modelo de armadura más extendido es el de par y nudillo, sin peinazos. Los dobles tirantes apoyan en las únicas piezas decoradas que son ménsulas de perfil curvo; se complementa la estructura con tocaduras, aliceres y tablazones elementales. En los extremos las armaduras topan con hastiales triangulares que suelen llevar huecos de ventilación.
En la nave paralela al muro de la alqibla, sobre los respectivos frisos, aparecen los canes de sus cuatro estructuras, que, como sus tirantes, están repartidos de formas distintas, pese a que las cuatro armaduras tienen la misma luz y sus longitudes son muy parecidas; los aliceres altos son lisos, mientras los bajos están decorados con arcos de herradura, túmidos o lobulados, casi todos con zarcillos, que se ligan en los arranques. Los pares van a «calle y cuerda», con menado. Lo más decorado de estas armaduras, apeinazadas y con limas moamares, son los paños de lazo, de estrellas de ocho en las más centrales y de octógonos en las extremas. La cabecera de la mezquita se completa con cinco espectaculares techos de mocárabes de yeso del modelo occidental, es decir, de formato pequeño, a las que podemos agregar la cúpula del propio miḥrāb. Todo parece indicar que las bóvedas y las armaduras de esta nave son originales.
La nueva sala añadida trajo consigo la construcción de una nueva torre que guarda relación directa con ella, tanto en lo que respecta a su orientación y alineaciones como a su imbricación en el conjunto, pues, aunque se ubica en la zona de contacto de ambas fases, ocupa una pequeña extensión de la nueva. El alminar tiene la misma organización espacial que la torre al-Ḥassān de Rabat (1191-1199) y la Giralda de Sevilla (1184-1198), cuyo rasgo esencial es que carecen de escaleras, pues “se asciende por una rampa amplia tanto para las cabalgaduras como para la gente y los guardianes”. El exterior de la segunda torre de la Kutubīya es un gran prisma, cuya base es un cuadrado de 12,81 m, con 55,68 m de altura; encima emerge un cuerpo más pequeño, de 6,88 m de lado, que termina a 74,19 m mediante una cúpula gallonada, un pescante de madera y un yāmūr. El cuerpo principal, que es de mampostería, empieza con piezas escuadradas, que pierden regularidad y tamaño a más altura, aunque conservan cierto rigor las piezas de las esquinas; la piedra de Gueliz, bien careada y con mucho mortero de cal, tiene encintados blancos que regularizan y enfatizan los aparejos. En los arcos los encintados y rejuntados resultan decisivos para perfilar sus trazados.
Los huecos y la decoración, a compás de las cotas de la rampa, se despliegan en 43,84 m de altura, hasta un listel saliente que nivela todo el exterior; 9,32 m más arriba otro listel similar da paso a las almenas. La decoración y los huecos principales de las cuatro fachadas siguen una rígida ordenación axial, con tres composiciones independientes en cada una, que nuestros dibujos documentan; en la zona inferior, que es lisa, los huecos son simples saeteras dispersas, salvo la composición de la parte inferior de la cara oeste, la del acceso, que no sigue el eje general pues se centró con el lado este del pequeño patio en el que se abre la puerta. Entre los listeles mencionados aparecen dos temas superpuestos, idénticos en las cuatro fachadas; el más bajo lo forman cuatro arcos de herradura túmida, algunos practicables, alojados en otros tantos arcos, lobulados y entrecruzados, sostenidos por cinco columnillas sin basas. El tema alto, arrimado al listel superior, es un paño de azulejos verdosos y blancos, un mosaico de cuadrados y hexágonos que vuelve en las esquinas, perforado por unas sencillas gárgolas. Finaliza cada cara con seis merlones completos y dos medios, de cinco gradas cada uno.
Interiormente la rampa de subida va bordeando sucesivas salas interiores, que constituyen el segundo rasgo esencial de las tres torres almohades, consecuencia de su tamaño; los alminares suelen tener como núcleo central un macizo, cilíndrico o prismático, pero, en estos ejemplares almohades, tal solución hubiera sido tan costosa y pesada que los constructores optaron por vaciar el núcleo central mediante espacios abovedados, que aquí y en Sevilla son siete, y solo seis en la incompleta torre de Rabat. La singularidad de la Kutubīya es que sus cámaras son desiguales en altura libre, en el diseño de sus espacios y en su decoración.
Al traspasar la puerta de la torre se inicia la subida, que empieza con un corto tramo horizontal para dar paso inmediatamente a la primera rampa de la cuesta; va girando a la izquierda, formando rampas y mesetas, cuyo pavimento continuo le permite adaptarse con facilidad a cambios de pendiente, escalones y giros, especialmente en los rellanos, que a veces ni son planos ni están nivelados; las paredes están enlucidas, pero los desconchones dejan ver el aparejo de mampostería; las bóvedas son cañones inclinados, con perfil de herradura, que arrancan de una pequeña e irregular imposta.
La primera cámara se cubre con una cúpula sobre trompas, la segunda tiene una cúpula gallonada y la quinta se cubre con un tronco de pirámide octogonal. Las demás tienen bóvedas de arista salvo la última que tiene un espacio muy esbelto y decorado con mocárabes y se remata con una cúpula de arcos entrecruzados. En el centro del penúltimo tramo de la rampa empieza una escalera de subida a la azotea. En comparación con las otras dos grandes torres almohades, el interior de esta resulta bastante irregular como diseño arquitectónico, evidenciando la rampa y las cámaras un crecimiento muy desorganizado, como si la preocupación esencial hubiera sido el control formal del exterior, y muy en segundo plano la continuidad de la rampa y en último término la organización del interior, ecuación espacial que las otras dos torres resuelven mucho mejor. Sobre la terraza del primer cuerpo se alza el otro superior retranqueado que se remata mediante una cúpula gallonada con un yāmūr dorado.
Este edificio almohade debió pervivir completo hasta el periodo de regresión urbana que sufre Marrakech coincidiendo con el final de la dinastía sacdí y la llegada al poder de los alauíes, en la segunda mitad del siglo XVII. Entonces la mezquita debió sufrir una etapa de precariedad que llevó al abandono y ruina de la parte más antigua de la construcción y finalmente a la restauración sólo de la ampliación del edificio, coincidiendo seguramente con el resurgimiento urbano de la ciudad que se produjo a partir del segundo cuarto de siglo XVIII. Con este fin tapiaron los arcos de comunicación abiertos en el primitivo muro de la alquibla y se procedió a reconstruir diversas zonas ruinosas de la parte ampliada del edificio, así como a reforzar las tres naves centrales mediante arcos de entibo, cubriéndose con nuevas armaduras la nave axial. La fase inicial debió sufrir un proceso paulatino de ruina y expolio que acabó con la práctica desaparición de casi todas sus estructuras. Pese a ello, el primer alminar aún se mantenía en pie a comienzos del siglo XIX.
Antonio Almagro y Alfonso Jiménez