Este conjunto formó parte de una finca real situada a unos cinco kilómetros al norte de la medina de Túnez. Aunque su construcción se atribuye al monarca hafsí Abû ‘Abd Allah Muhammad al-Mustansir (1249-77), que gobernó con absoluta independencia del poder almohade, ya en sus últimos estertores, por tratarse de una obra claramente emparentada e inspirada en otras similares de Marrakech y Sevilla, la incluimos en este repertorio. El lugar contaba con el suministro de agua que le proporcionaba el antiguo acueducto romano que abasteció a Cartago y que fue restaurado por al-Mustansir en 1267 para llevar el agua a la casba y la medina de Túnez así como a esta almunia real de Abu Fihr.
El sitio de Abu Fihr es citado por numerosos autores, y de forma detallada por Ibn Jaldun, como un lugar especialmente placentero dedicado a la producción agrícola y al disfrute del monarca:
En las inmediaciones de la capital creó un jardín al que dio el nombre de Abu-Fihr, y que la admiración universal ha hecho famoso. Se veía en él un bosque de árboles, algunos de los cuales servían para crear emparrados mientras que el resto crecía en plena libertad. Eran higueras, olivos, granados, palmeras datileras, vides y otros árboles frutales; después las diversas variedades de arbustos silvestres, como el azufaifo y el tamarisco, y todo ello dispuesto de tal manera que formaba cada especie un grupo separado. Se daba a este macizo el nombre de Es-Chara (la arboleda). Entre estas arboledas se extendían macizos de flores, estanques, campos de vegetación adornada con construcciones y cubiertos por árboles cuyas flores y cuyo follaje encantaban los ojos. El limonero y el naranjo mezclaban sus ramas con las del ciprés, mientras el mirto y el jazmín sonreían al nenúfar.
En medio de estos prados, un gran jardín rodeaba a un estanque tan extenso que parecía como un mar El agua llegaba allí por el antiguo acueducto; trabajo colosal que se extiende desde las fuentes de Zaguan hasta Cartago y cuyo recorrido pasa a veces al nivel del suelo y, a veces, en enormes arcadas de varios pisos, sostenido por pilares macizos y cuya construcción se remonta a un período muy remoto. Este conducto sale de una región vecina del cielo, y entra en el jardín bajo la forma de un muro; de modo que las aguas, surgen primero ensordecedoras de una gran boca para caer en un estanque grande y profundo de forma cuadrada, construido de piedras y revestido de mortero, y descienden por un corto canal hasta el estanque [del jardín] que llenan con sus olas turbulentas. Es tal el tamaño de este estanque de agua que las damas del sultán encuentran menos placer en caminar por su orilla que en sentarse cada una en una cesta y empujarla hacia adelante, para ganar sobre sus compañeras el premio de velocidad.
En cada extremo del estanque se eleva un pabellón, uno mayor y el otro más pequeño, ambos sostenidos por columnas de mármol blanco y revestidos de mosaicos de mármol. Los techos están hechos de madera trabajada artísticamente y resultan admirables tanto por su sólida construcción como por la belleza de los arabescos con que se adornan. En suma, los quioscos, los pórticos, los estanques de este jardín, sus palacios con varios pisos, sus arroyos que fluyen a la sombra de los árboles, todo el cuidado prodigado en este lugar encantador, le hizo tan querido al sultán que, para disfrutarlo mejor, abandonó para siempre los lugares de placer construidos por sus antecesores. Nada se descuidó, por su parte, para aumentar los encantos de un lugar cuya fama debía llenar el universo.
Ibn Khaldun. Historia de los bereberes
De todo lo descrito en este texto hoy solo quedan unos pocos restos de la gran alberca y del pabellón septentrional, dentro del complejo de la actual Ciudad de las Ciencias de Túnez. Todo el resto ha sido devorado por la expansión urbanística de la ciudad y su área metropolitana, que ha hecho incluso desaparecer restos del acueducto aún descritos en el siglo pasado.
La alberca tenía unas dimensiones de 240 m de largo por 78 de ancho. En su lado norte una plataforma casi cuadrada de 27 por 30 m se introducía hacia el interior del estanque dando asiento al pabellón principal que quedaba rodeado por el agua en tres de sus lados. A juzgar por los restos de las cimentaciones que han sobrevivido, este debió estar compuesto por una sala cuadrada o qubba de unos 13 m de lado con aberturas en sus cuatro frentes, que podemos suponer subdivididas en varios vanos por columnas que soportarían arcos menores. Quizás el hueco que daba al norte fuera de tamaño más reducido y comunicaría con otras dependencias auxiliares y de servicio. Del pabellón mencionado en el lado sur, que debió ser el de menor tamaño, no ha quedado resto alguno.
Poco ha quedado de esta espléndida almunia con cuya construcción el sultán hafsí pretendió sin duda emular las grandes realizaciones de naturaleza similar que los califas almohades organizaron en sus capitales de Marrakech y Sevilla: el Agdal, la Menara y la Buhayra.
Antonio Almagro